¿Hacia un mundo desglobalizado? ¿Hacia una Galicia desnortada?

Interesante artículo sobre la pasividad del Gobierno Autonómico hacia nuestra área metropolitana a pesar de la importancia económica promovida por Inditex y otras empresas situadas en la zona.

Hoy la incertidumbre y la inestabilidad definen la mayoría de los escenarios mundiales. Parece que todo se tambalea: las organizaciones internacionales, los mercados mundiales, los grandes actores políticos y las propias organizaciones económicas. De momento no pasan de amenazas, pero los cambios se intuyen fácilmente. Pueden buscarse muchas explicaciones pero, desdeluego, muchos coincidimos en poner la causa en la necesidad de una respuesta a los excesos del capitalismo global. Ya en su arranque se intuía que era un sistema desregulado y estandarizado, pensado para facilita la acumulación de beneficios, para aumentar el dominio de las grandes corporaciones económicas, para controlar la políticas y sus organizaciones, para dirigir las tendencias de los mercados y para todo ese cúmulo de situaciones que desembocaron en el aumento de las desigualdades y de la pobreza, también en los países más desarrollados.  Por si fuera poco llega la robotización para empeorar las expectativas futuras de creación de empleos, porque nadie es capaz de asegurar que no irá acompañada de una destrucción del trabajo.  En un tercer nivel subyace un mercado consumista exacerbado, dirigido por eficaces estrategias de marketing, cuya finalidad es unificar y simplificar las tendencias de los consumidores que, como ocurre con el funcionamiento del mercado de capitales y le coste de la mano de obra, condujeron a un mundo más manejable, pero también menos libre y más injusto.

Era razonable que ante esta situación surgieran movimientos de cambio. Unas veces de mano de la rebeldía ciudadana ante una futuro lleno de interrogantes; otras, de organizaciones políticas antisistema dispuestas a romper el molde globalizador, y también de la mano de nuevos actores políticos mundiales. Un cambio político que apunta a una dualidad de poder entre Estados Unidos y Rusia, y a un relativo des encuadre de China, una amenaza parcialmente desactivada por la necesidad de atender a los graves problemas sociales internos que se le avecinan. En medio, el debilitamiento de la Unión Europea, convertida en una enorme, vieja y pesada burocracia con escasa capacidad de respuesta y dominada por intereses corporativos.

Mientras, nuevos países se van a ir rearmando después de la caída de algunos de los emergentes. Un nuevo orden mundial en el que le papel de los nacionalismos excluyentes y las religiones totalitarias encuentran un excipiente tan favorable como peligroso. Un mundo que, más allá de la globalización, entra en una nueva fase. Solo queda una tecla: el petróleo. Si se consolida el consumo de energías renovables, si los automóviles eléctricos o la industria reducen su dependencia energética, ya todo estará preparado para neutralizar el detonante de los grandes conflictos de intereses que desembocaron en situaciones bélicas trágicas.

Un cambio que requiere un proceso adaptativo donde todos tenemos que superar, al menos mentalmente, un presente que ya es pasado. Seguramente un cambio que traerá nuevos ganadores y viejos perdedores. Eso es lo apasionante y lo positivo: la capacidad permanente de la humanidad para dar respuestas nuevas alejadas de los temores del inmovilismo reaccionario.

Y aún nos queda una reflexión que hacer. Saber cómo esos cambios afectarán a los territorios locales. Desde luego, si a los cambios del entono le sumamos los efectos del cambio climático, cada vez más patentes, nos damos cuenta que los esquemas actualmente vigentes no son ya los adecuados, pero entre la inteligencia oficial, cada vez más reducida y más controlada por el poder, no abundan propuestas alternativas. En el caso de La Coruña, la situación es diferentes, al menos mientras tengamos a Inditex, porque la corporación textil contribuye mejor que nadie a integrar a la economía y a la sociedad coruñesa en las nuevas tendencias mundiales, haciendo de la nuestra una ciudad que es escaparate de los grandes cambios, a pesar de su pequeño tamaño. Lástima que Feijoo, empeñado en gestionar la contabilidad por encima del territorio, no atisbe con encauzar el futuro. Y los economistas mediáticos tampoco es que aporten nada, aunque otros hay que si saben cómo se podría dar respuestas y como preparar el futuro. Solo que normalmente están callados, y como son críticos, resultan molestos. Y no lo olvidemos, el futuro de Galicia pasa por las regiones metropolitanas de La Coruña y Vigo. Pero desde el poder el único visón urbano es potenciar a Santiago, donde la ineficacia del gobierno local se cubre con la generosidad inversora de la Xunta, pero lo demás no tenemos esa suerte. Claro que para eso el que manda decide, y su visión compostelanista de Galicia, ciudad única, ya la conocemos. No es localismo, yo amo a Santiago y disfruto contemplando su encanto inenarrable, y me alegro de susu avances. Es solo otra manera de mirar al futuro desde las dos grandes áreas metropolitanas: La Coruña y Vigo. Solo que se hace la revés. Y cuando en todo el mundo avanzado, se plantea el futuro desde la visión de un mundo de ciudades, aquí cuando miramos así nos llaman localistas.

Sé que el futro mismo nos dará la razón, como ha sido siempre, pero también sé que las barreras al cambio que retrasan el desarrollo de Galicia siguen existiendo y siguen condicionando la manera de ver las cosas. Hay una Galicia moderna, cosmopolita, creativa, global, pero la que manda y la que crea opinión es la otra. Para muestra basta con ver la liorta por el control de la Real Academia Galega, que si antes fue un símbolo de nuestra identidad y de nuestra cultura, ahora es una lucha caciquil permanente. Claro que los neocaciques siguen siendo bien recibidos y bien adulados por todos. Esa es nuestra gran tragedia.  Así nos va. Mientras, el mundo camina en otras direcciones. Menos mal que tenemos Inditex. Y otros empresarios también aportan lo suyo. Ellos son el futuro, porque la política actual es una fiel representación del pasado más aldeano. Con excepciones, naturalmente.