Sobre la recapacitación de una de las obras más polémicas llevadas a cabo en nuestra ciudad, La nueva Marina. Pros y contras de una de nuestras insignias coruñesas.
Paseaba hace unos días con unos amigos bilbaínos muy viajados. Visitamos la Ciudad Vieja -con sus casas museo- , el museo de bellas artes –entre nosotros minusvalorado pero muy apreciado por los de fuera- , el castillo de san Antón -que encontré bastante mejorado- y, dejé para el final del primer día, como colofón, la plaza de María Pita y la nueva Marina. Hay que reconocer que vista desde lejos la Dársena con la amplitud ganada por la última reforma y la horizontalidad del espacio y del campo visual, es una de las fachadas urbanas más bellas de España. Mis amigos estaban de acuerdo. La reforma, en conjunto, ha sido un logro importante para revalorizar nuestro espacio más emblemático. Pero, a medida que nos adentramos en el paseo por los nuevos enlosados, se terminó el elogio que la ciudad mereció durante el resto del paseo. Tanto que me vi obligado una y otra vez a disculpar, a justificar, a explicar las razones, de por qué en un espacio de tan gran valor -que por sí solo justificaría una visita a la ciudad- se había consentido un proyecto urbanístico tan desafortunado. Yo le decía que se nos dio hecho, que nunca se nos enseñó en detalle, que cuando vimos el primer horror en la fase del Parrote siempre se dejó sin respuesta la queja -ya verás cuando esté todo terminado se nos decía- , y todo ello para disculpar a los ciudadanos que no tenemos la culpa de tal despropósito. Sin duda el urbanismo coruñés de los últimos años en lugar de contribuir a mejorar la ciudad la ha empeorado notablemente, y eso nunca había ocurrido.
Voy a comentar algunos de los detalles que a mis amigos visitantes más les llamó la atención. Muchos son conocidos: el feísmo del diseño y el óxido de los materiales de las alineaciones de farolas, el exceso de espacios grises y la falta de áreas ajardinadas, unos bancos de madera de discutible diseño y comodidad sobre zonas de césped que se deterioran a medida que la gente se sienta en ellos, las barandas de cristal tan rotas como era de esperar, el deficiente esquema de tráfico, el prematuro deterioro del pavimento, y los enormes espacios vacíos cuyo sentido no se vislumbra. Son comentarios, lo suyos, que se escuchan también cada día entre los usuarios de la nueva explanada. Pero hay otros que son menos percibidos pero más graves, por tener más difícil y costosa solución. El primero es ese enorme vacío enlosado entre Palexco y Correos. Lo que pudo ser un bulevar no se sabe lo que es, y solo sirve para que muchos automóviles aparquen o den el giro en redondo para entrar y salir del aparcamiento subterráneo. Es una visión triste, sobre todo en lo días grises. Es claro que se desaprovechó la obra para integrar los edificios construidos, para mejorar el acceso de los cruceristas a la ciudad, para eliminar tanto gris, tantísimo gris, y poner algo ameno o de color ante la vista de los paseantes o para cualquier otra solución innovadora y creativa. Y hay otra cosa aún mucho peor. Me refiero a la solución dada al túnel. Es absolutamente incomprensible que la entrada de la Diputación y del Hotel Atlántico -el mayor de la ciudad- sea un estrecho pasillo de cemento cerrado por el muro del túnel. Pero menos comprensible es aun que el lateral de un edificio tan representativo y protegido como es el Kiosko Alfonso esté afectado por el tráfico, incluyendo las artísticas vidrieras, y lo mismo puede decirse del entorno de uno de nuestros emblemas modernistas: el edificio de la Terraza. ¿Qué barbaridad hemos hecho? Los responsables deberían dar cuenta de los resultados, porque si nos hubieran dejado participar a los ciudadanos este adefesio nunca lo hubiéramos consentido.
Ya sé que preveían continuar en el futuro el subterráneo hasta la plaza de Ourense, pero eso no era óbice para que dejaran el túnel actual un poco más adelantado hasta la altura del paseo de coches de los Jardines. Hubiéramos podido realzar los edificios institucionales, el hotel y las demás construcciones, crear un hermoso bulevar que conectaría Los Cantones con La Marina y, sobre todo, hubiéramos justificado el dinero gastado. Ahora prolongar el túnel es más difícil y más costoso (volver a cortar el tráfico, derribar parte de lo construido y otras cosas). Nunca en la ciudad se había acometido un proyecto urbanístico de tanta envergadura -salvo el paseo marítimo- pero de tan mala calidad. Un antiurbanismo que nadie entiende como a estas alturas, con las experiencias que hay en tantas ciudades, se pudo admitir.
Imagen reportada de: La Opinión de A Coruña
Ahora que el nuevo gobierno local habrá de hacerse cargo de la obra, se encontrará ante la necesidad de acometer nuevas inversiones en mejorar -en lo posible, lo que tan mal se hizo- y para ello desviar el dinero que se gaste de otros objetivos más necesarios. Es lo que tiene hacer tan mal las cosas. Mucho me temo que todo quedará igual por falta de los recursos necesarios, pero al menos que se mejore la zona verde, que se incorporen parterres ajardinados para introducir un poco de color en tanto gris, y, si fuera viable, que se busquen soluciones imaginativas que atraigan el capital privado. No olvidemos que en la sociedad actual las ciudades necesitan cada vez más de la contribución del capital privado para acometer los grandes proyectos, porque el gasto público es limitado y debe orientarse más a otras necesidades sociales. Y no me refiero a participación mediante pospuestas de carácter especulativas, sino más bien como parte de la responsabilidad corporativa que los empresarios deberían pensar. Pero para poder moverse en este campo hay que abandonar posturas ideológicas de algunos miembros de la corporación actual que señalan a los empresarios como si fueran delincuentes y que piensan que todo lo privado es malo. Ya hemos tenido algunas muestras muy lamentables de esta actitud radical. Lo adecuado es llegar a entendimientos y buscar ámbitos de cooperación que beneficien a todos, y principalmente a los ciudadanos. Y esto que ahora digo será aún más necesario cuando el actual gobierno intente recuperar los muelles de la Bateria y Calvo Sotelo para uso público. En esto sí que apoyo totalmente su planteamiento. Es un objetivo irrenunciable, es una oportunidad histórica para la ciudad, es algo que las propias instituciones implicadas deberían favorecer, porque el futuro de la ciudad vale mucho más que un puñado de millones de euros, por mucho que estos sean.
Cuando a mis amigos les contaba estas cosas, a ellos que habían participado en la transformación del frente de Bilbao, se les encendían los ojos, pensando las maravillas que podrían llevarse a cabo. Como se les pusieron iluminados cuando disfrutaban de la belleza y de los valores que nuestra ciudad atesora. Me dijo uno: “Lo importante es que no cometáis más barbaridades como esta, por cierto recuperable, porque la ciudad se vende sola a poco que se cuide”. Eso mismo pienso yo.