Las grandes ciudades gallegas ante el nuevo escenario político

Me llegaba hace poco un mensaje con la copia de la licitación de obra de la ampliación de Alfonso Molina. Al verlo pensé: ¡Se salvó por los pelos ¡Efectivamente de haberse retrasado la aprobación en el último Consejo de ministros, ahora tras la disolución del Gobierno ya no se podría hacer, y volvería una vez más al cajón de los proyectos! Esta anécdota me hizo preguntarme ¿cómo puede afectar a los proyectos de las dos mayores ciudades gallegas el nuevo escenario político? En el poco probable supuesto que el actual partido mayoritario continuara, la respuesta es muy sencilla: nada sustantivo cambiaria, más allá de los consabidos retraso o adelantos en algunas obras, principalmente en infraestructuras o grandes equipamientos. Pero en el otro supuesto, una vez los resultados de las municipales, si es Feijoo el nuevo presidente y el partido popular el que gobierna, las cosas podrían cambiar, no por razones de confrontación partidista sino por la propia naturaleza de las cosas.

En el caso de Vigo, cuya victoria tanto celebra Abel Caballero, las cosas podrían cambiar mucho. En el Vigo actual se ha formado un ecosistema institucional muy potente que está contribuyendo a la promoción de iniciativas y a la construcción de obra públicas y nuevos equipamientos, así como a rehabilitaciones en el tejido histórico. Es la gran fortaleza del Vigo político actual.  Pero esta suerte sufriría notables modificaciones: el alcalde presumiblemente dejaría de ser  presidente de la FEMP al ser un cargo político, el gerente de la Zona Franca lo mismo ( ya lo puso en las listas ) , la presidencia de la Diputación de Pontevedra pasará a su contrincante electoral, y tendría de frente a Feijoo como presidente de gobierno y a Rueda de la Xunta, a quienes en sus constantes y falsas diatribas califica una y mil veces como enemigos de Vigo, como personas que no quieren que Vigo progrese, y otras frases por el estilo, propias del autócrata vigués.  A eso añadiría otro hecho reciente: la mayor parte de las empresas viguesas han cambiado de propietarios (chinos, canadienses, asturianos, cántabros, vascos, ingleses, franceses, etc.), de manera que las decisiones se toman fuera de la ciudad y de Galicia, lo cual dificulta la relación directa entre los agentes políticos y económicos y más aun la presencia de los intereses de la ciudad en la toma de decisiones y en el partenariado. De hecho, hoy casi no hay empresas viguesas que acompañen o patrocinen iniciativas deportivas, culturales o sociales del resto de Galicia. Un punto débil para completar un esquema fuerte de gobernanza de la ciudad. En esta nueva tesitura el alcalde, como director de la ciudad, tendría que cambiar su discurso y también su actitud, pero en ningún caso podría ya controlar las instituciones que estaba utilizando como apéndices del gobierno de la ciudad, con grandes éxitos y provecho (al frente de casi todas había puesto a sus concejales). Caballero tenía la suerte de aglutinar en su mano un ecosistema institucional que muy pocas ciudades españolas pueden ofrecer. Un nuevo escenario que deja al alcalde en una cierta situación de soledad. Su nerviosismo ya es evidente con su diatribas y amenazas a la nueva diputación con ocasión de la terminación de las obras de Balaidos. De todos modos, la ciudad cuenta con un holgado presupuesto para salir adelante de manera razonable.

En el caso de A Coruña, la dependencia es menor, ya que se limita a la consecución de inversiones y obras que la ciudad tiene programadas. Algunas de ellas acaban de entrar en licitación, como al Avenida de Alfonso Molina ya citada, pero quedan otras muchas que acumulan retrasos inexplicables, en parte por la actitud localista y obstruccionista de algunos alcaldes de la corona metropolitana. No hay ni diálogo ni consenso institucional y cada uno va a lo suyo. Es el problema de una ciudad metropolitana gobernada por cinco alcaldes y por un área metropolitana desvertebrada y que ni siquiera se interesa en la posibilidad de hacer uso de los mecanismos legales existentes para planificar un área metropolitana en plena expansión, que alcanza un área funcional con más de 20 municipios. Sin embargo, hay algunos proyectos estratégicos para la ciudad que en el nuevo Gobierno podrían encontrar grandes apoyos. Me refiero, por ejemplo, a la renovación del frente portuario, el principal proyecto que tiene abierto la ciudad. No en balde ya Feijoo, como presidente de la Xunta había aportado 20 millones para compra de suelo y aminoración de la deuda y otros 17 para prolongar el túnel de La Marina, y así  llevar los jardines la mar y resolver el nudo de la plaza de Orense. Hoy podría estar muy avanzado, pero los protagonismos políticos y las posiciones ideológicas lo impidieron. No se si en la nueva situación, de producirse, las actitudes políticas cambiarían. Lo mismo digo de la red viaria metropolitana prevista para articular el área periurbana y que, por unas razones o por otras, sigue sin avanzar, y así van pasando los años. Sin embargo, la principal fortaleza de la ciudad esta ausente de estas diatribas locales, ya que el potencial de las empresas, la labor de sus fundaciones, los patrocinios deportivos, culturales, sociales y asistenciales aportan a la ciudad una fortaleza extraordinaria que los últimos alcaldes no han sabido aprovechar. De hecho, ya son las empresas las que cada vez más acometen los proyectos a favor de la ciudad de gran cataldo. El Ayuntamiento se limita a la gestión diaria sin más. Eso no impide que nos encontremos ante un grave problema de liderazgo. El protagonismo político es excesivo, los municipios están desvertebrados y la cooperación con las empresas está limitada a los intereses de estas. Con esa falta de liderazgo y de proyecto, los desajustes localistas, la desarticulación territorial, y la falta de visión y ambición, es imposible que pueda situarse como una de las grandes ciudades innovadoras de España, y así corre el riesgo de irse quedando en un proyecto convencional 2030 de perfil bajo. No hace mucho, algunos expertos dijeron en la prensa nacional que La Coruña podría tomar el relevo a Málaga en un próximo futuro, porque fortalezas para logarlo sobran, solo hace falta ese liderazgo innovador, abierto y creativo. No lo veo en ninguno de los alcaldes actuales. Es lástima, porque en esta nueva coyuntura política, la ciudad podría ser el relevo para esa secuencia de éxitos que empezó Barcelona, siguió Bilbao, pasó a Valencia y ahora está en la capital tecnológica, cultural y turística de la Costa del Sol. Hay lideres potenciales, pero juegan en otra competición. Llevamos cocho años de oportunidades perdidas.

 

En resumen, si en Vigo los cambios pueden conducir a la reestructuración de los órganos políticos que componen su extraordinario ecosistema institucional, el alcalde se quedaría solo frente a todos. En el caso de A Coruña, es el contrario, el problema está en los alcaldes porque en la próspera ciudad actual, verdadero motor de Galicia, son las empresas las que actúan como agentes dinamizadores y de cambio, los ayuntamientos siguen instalados en los desacuerdos y en las confrontaciones políticas. En Vigo hay líder, pero el ecosistema se debilita; en A Coruña es al revés, el ecosistema se refuerza y se hace global, mientras hay una lamentable carencia de liderazgo compartido. Tal vez más pronto o más tarde surgirá una alternativa.