Pasado y presente de la cuestión política y financiera en España.
“En vez del “yo os salvo de vuestros enemigos”, divisa del Ancien Régime, las Constituciones comerciales prometen “yo os cubro de injerencias arbitrarias”. (Antonio Escohotado: Sesenta semanas en el Trópico)
Aunque se sabe que los atracos a la realidad son tan antiguos como el mundo, uno no deja de sorprenderse cada vez que constata lo poco que hay de nuevo bajo el sol. No hay más que contemplar el monumental chalaneo que se traen en la Carrera de San Jerónimo a costa del asunto de la financiación catalana, para comprobar cuan reiteradas y previsibles son las cansinas polémicas economico-territoriales con las que nos regalan un día sí y otro también estos desahogados muchachos que buscan el pan en la cosa pública, puede que con poco conocimiento y más bien a cualquier precio.
El asunto me recuerda vivamente la célebre polémica del arancel. Corría el año 1869, cuando al bueno de Don Laureano Figuerola, glorioso inventor de la peseta, se le instaló entre ceja y ceja la loable idea de implantar en España un gravamen a la importación tibiamente librecambista. La madurez competitiva que habían ido desarrollando los países europeos frente a la todopoderosa Inglaterra, aconsejaba sin duda una franca apertura al exterior que podría propiciar que la economía española se desarrollase de una vez por todas como un organismo natural y no como una endeble plantita de invernadero, estado a la que le habían relegado décadas de aranceles a la importación férreamente proteccionistas. Pese a que la modificación que proponía Figuerola era francamente moderada, mantenía una carga a la importación que oscilaba entre el 20 y el 30% del valor del producto, desató un verdadero vendaval de protestas que a punto estuvieron de dar al traste con la reforma. El eje de los productores, el textil catalán, el hierro vasco y el grano castellano, elevaron inflamadas protestas contra una medida que, suponían, acabaría con la delicada industria nacional. Pero, ¿quieren saber quienes fueron los principales detractores de Figuerola?, significativamente Pi i Margall y el fabricante textil Puig i Llagostera. Es decir, un federalista y proto-nacionalista convencido el uno y un singular representante de la burguesía catalana el otro. O sea, la misma unión de intereses que hoy, sin ningún esfuerzo, podemos seguir contemplando. Un tándem de una voluntariedad encomiable que nunca ha dejado de realizar su concienzudo trabajo de “lucha por lo nuestro”. ¿Qué nos queda a los demás?, yo, es claro, no lo sé, aunque se me ocurre preguntarme qué cara se le pondría a la rémora si un buen día el malhadado tiburón decidiese despedirla y prescindir de sus gentiles, generosos y abnegados servicios. ¿A qué nuevo inquilino iría a incomodar la rémora?, tal vez a Francia, claro que por allí tienen la mala costumbre de pensar que los ciudadanos son iguales ante la ley, incluso aunque vean la primera luz en provincias diferentes, ¡canallas de jacobinos!