Sobre la pérdida del patrimonio religioso en Galicia.
Doy con un extraordinario artículo de Jose Luís López Sangil, dedicado a la historia del monacato en Galicia. Como Jose Luís es uno de los mayores expertos en el asunto, repaso con verdadero placer los avatares del clero regular en Galicia, cuya presencia y asentamiento en el territorio fue, como se sabe, casi omnímoda.
Me llaman poderosamente la atención sus notas sobre el proceso desamortizador del siglo XIX. El propósito inicial de aquella Desamortización de los bienes eclesiásticos inspirada por Juan Álvarez Mendizábal, era remediar la deuda del Estado y financiar la guerra Carlista con el producto de la venta de los bienes incautados a la Iglesia, cumpliendo de paso el deseo de la doctrina liberal de terminar con la no enajenabilidad de la propiedad eclesiástica, sujeta como es sabido a la mano muerta, es decir, que una vez que se incorporaba a la Iglesia debían permanecer en su seno sin poder venderse, enajenarse ni verse repartida en herencia.
Ya sabíamos que uno de sus efectos no deseados fue la práctica destrucción de buena parte del patrimonio artístico y cultural que se custodiaba en los cenobios de Galicia, claro que, cuando se desciende al rigor de la documentación, comprobamos que la cuestión fue decididamente sangrante. En este sentido, los datos que aporta López Sangil resultan verdaderamente aclaratorios. Así, podemos citar como ejemplo la suerte corrida por algunos de nuestros antiquísimos e irreemplazables monasterios:
Buena parte de la noble fábrica pétrea del monasterio de Sobrado sirvió tanto para construir la cárcel de la villa de Arzúa, como para pavimentar carreteras, a la vez que las arquerías del claustro neoclásico de la portería fueron voladas con dinamita para su reutilización como simple grava. El reloj del monasterio de Oseira fue instalado en el ayuntamiento de Maside y las fuentes de sus patios destinadas al ornato público de la ciudad de Orense. Se dice que su comprador, que ya había adquirido otros siete monasterios anteriormente, hizo sacar del monasterio en el transcurso de una sola noche acémilas cargadas de alhajas, tapices, cuadros y hasta la riquísima cruz procesional de los monjes. Para continuar luego con columnas, capiteles, balaustradas y la rejería que luego se malvenderían al mejor postor. Lo mismo ocurrió en Oia, o Melón.
Por otra parte, la mayoría de los ricos archivos y bibliotecas monacales fueron también liquidados y en su mayoría perdidos. Jose Luís nos cuenta que incluso los coheteros de la época aprovechaban las vitelas y pergaminos de los libros cantorales para la fabricación de bombas de palenque. No extraña esta permisividad, el largo artículo de Jose Luís López Sangil remata con la aportación de un documento copia original de un informe de la Diputación coruñesa, fechado en enero de 1836, en el que con poco entendimiento y mayor ignorancia se habla con toda alegría de la reutilización pública de decenas de edificios religiosos, siendo bastante habitual la decisión de demolerlos sin más para aprovechar la piedra de su fábrica. Buena prueba de que el dogmatismo ideológico, cualquier dogmatismo ideológico, pasa por encima del sentido común siempre que tiene oportunidad.