Pequeñas píldoras del cine western más clásico y su cercanía a la realidad económica y administrativa de nuestros días…
En el fantástico film Río Bravo, rodado en 1959 por Howard Hawks, se escuchó por primera vez el tema “Degüello” compuesto ad hoc por el genial compositor de origen ucraniano Dimitri Tiomkin, quince veces nominado al Óscar por partituras tan inolvidables como Sólo ante el peligro (1952), Escrito en el Cielo (1954) o El viejo y el mar (1958). El éxito de la pieza de Río Bravo condujo al propio John Wayne a reutilizarla en la banda sonora de El Álamo.
“Degüello” significaba “sin cuartel”, “no mercy” diría el viejo Wayne, un terrible toque de advertencia, probable invento español, que anunciaba que tras el ataque no se harían prisioneros. Aquel escalofriante son de trompeta pretendía rememorar las órdenes del general mexicano Antonio López de Santa Anna, que mandó tocar el amanazante clarín de la caballería al son de las cajas destempladas en los días previos al asalto final que acabó con la resistencia heroica de los patriotas tejanos atrincherados en la antigua misión del Álamo. No era desde luego la misma música más tarde ideada por Tiomkin, pero eso carece ya de importancia.
En Río Bravo, aquellos cuatro héroes —Dean Martin, Ricky Nelson, Walter Brennan y el propio Wayne—, eran sometidos a la misma tortura psicológica que los tejanos por el villano que tenía cercada la oficina del sheriff donde aguardaba preso el “malvado” Claude Akins, obligados a soportar aquel malhadado sonsonete en el silencio de la más oscuras de las noches.
El símil con la actual situación económica que nos aqueja, viene enseguida. El permanente toque a degüello entonado por los agentes económicos, funcionan sobre el inconsciente colectivo como las trompetas de Santa Anna. La inerme sociedad civil malvive agazapada en sus cuarteles de invierno a la espera de sentencia y al albur de la enésima crisis.
¿Cuáles serán las medidas adicionales que se verá obligado a tomar el gobierno si finalmente regresa la recesión? Las desconocemos, pero bien que nos gustaría que se comenzase valientemente por eliminar privilegios inconfesables y gastos manifiestamente inútiles que contemplamos asombrados estos tristes días. Por ejemplo, aquí en Galicia, no iría mal acabar de una vez por todas con la cerril frondosidad administrativa que nos aqueja: 315 municipios y cuatro diputaciones provinciales solapando competencias y multiplicando gastos, corporaciones pseudogremiales de empresarios y sindicatos que podrían muy bien vivir de las cuotas de sus asociados, subvenciones folclóricas de todo pelaje y condición, paniaguados “de confianza” al socaire de los partidos políticos, la lista es aún demasiado larga como para recurrir al recorte sobre el recorte de una legión de mileuristas “congelados” desde hace ya un lustro, obligados hoy a escuchar cada noche los clarines de Santa Anna.